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  • Bienvenido al mundo deportivo

Todo comenzó el día del padre, hace 6 años. Estábamos en el hospital, pues 2 días antes había nacido mi Cristi, nuestra tercer hija. A pesar de ser prematura y muy pettite, en sólo un par de días se recuperó y salió de la incubadora. Mi mejor regalo del día del padre fue poder salir del hospital con mi hija en mis brazos.

Ese día alguien me envió el video de The strongest dad in the world”, donde narran la historia de Rick y Dick Hoyt. Lo vi una y otra vez y supe que algún día haría lo mismo con Luisito, mi hijo (a nuestra escala claro, porque estos héroes habían completado triatlones, maratones y ironmans). A partir de ese momento, mi campeón y yo teníamos una asignatura pendiente.

Lo que mas me inspiró a ponerme esta asignatura fue lo que le dijo Rick a su padre: “Cuando corremos, siento como si no tuviera discapacidad”… ¡Qué maravilla!. Eso mismo quería para Luisito, que aunque fuera sólo por un momento, tanto él como yo dejáramos a un lado la discapacidad y disfrutáramos como cualquier padre disfruta jugar fútbol con su hijo.

Nunca he sido de correr, pero siempre admiré a los corredores. “Pies de Plomo Ríos” podría ser un buen apodo para mí. Tengo un par de amigos que han corrido el maratón de NY y de Boston tantas veces como yo he visto el USOPEN y a los Patriotas en la tele.

  • La Carrera del Día del Padre

Buscando esta oportunidad, encontramos la Carrera del Día del Padre que organiza CBT. ¿Qué mejor carrera que ésta para empezar nuestra aventura? Algunos de mis amigos que ya habían participado me decían que era la más emotiva, sólo que a diferencia de otras, ésta sólo es de 21km (medio maratón). También el Padre Manuel me dijo que si él la había podido acabar y todavía dar misa después, a lo mejor yo también tenía una oportunidad. Así que el Bosque de Tlalpan fue testigo de varios conatos de entrenamientos, y no me dejará mentir: lo mío, lo mío, no era correr.

Pasaron varios meses, varias Carreras del Día del Padre no corridas, varias operaciones a Luisito, la enfermedad de mi papá… y la asignatura seguía pendiente.

Hace un año empecé a hacer ejercicio en serio. Comencé con una rutina que me encantó: RIP 60. La primer clase salí vomitándome, pero de repente comencé a bajar de peso, mi cuerpo empezó a ser flexible y después de unos meses, ya podía hacer los ejercicios que al principio no lograba hacer ni en sueños. Un día, un anuncio de la Carrera del Día del Padre 2015 llegó a mí. Me hizo creer que este año sí podríamos correrla.

De incógnito y sin avisarle a nadie, me inscribí. Sabía que las apuestas estaban en mi contra, pero era ahora o nunca: “Aunque sea caminando pero la acabo”, me dije.

Los 21km los he caminado varias veces: cuando iba con mis amigos de CREL SUR a la Villa (con rosario en mano) y por primera vez hace 15 años, el día que le pedí a Rosita ser mi novia. Así pues, tenía un plan A: correr una hora y caminar dos; un plan B: llegar a la glorieta de vaqueritos y caerle a mis cuñados a desayunar; un plan C: llegar a Gran Sur y tomar un taxi y un plan D: internarme en Médica Sur.

El viernes antes de la carrera, fui a recoger mi kit de corredor y entonces sí, contagiado por el entusiasmo de todos los corredores, decidí, o como dicen ahora, decreté que la íbamos a terminar.

La noche anterior a la carrera, todavía de iluso y sabiendo que a pesar del ejercicio de los últimos meses mi preparación para un medio maratón distaba mucho de la óptima; me puse a leer un artículo que venía en la revista que nos dieron en el kit: “Los 12 errores mas comunes para correr un medio maratón”; me di cuenta que los había cometido todos…

 

  • Llegó el día

Mi número: 3274. La fecha de la carrera: 21 de junio (21/6). Yo soy mucho de numeralia y pude notar que no sólo era el día del padre, si no que también era el día de San Luis Gonzaga: mi santo, el de Luisito, el de mi papá y el de mi abuelo. Eran 21 kilómetros y se cumplían exactamente 6 años de haber visto por primera vez a Dick cruzando la meta de un ironman llevando a su hijo. Lo tomé como un buen presagio. Ya estábamos listos.

No sé si fue la emoción o fueron los tacos de cochinita y mole verde (receta de mi abuela Aurorita) que comí ese día, pero esa noche no pude dormir.

Mi hermana Ena, mi mamá, Rosita y las niñas, apenas se habían enterado de mi intención de correr la carrera; eso significaba que si no me despertaba y dejaba que la prudencia hiciera su chamba, a las únicas personas que defraudaría serían a las únicas a las que me importa no fallarles jamás. Ni modo, Luis.

El reloj marcó 5:30 ¡Vámonos!. Rosita hizo lo más difícil que le pude haber pedido: se despertó un domingo a las 6am y me dejó sacar al campeón , sin desayunar. Nos llevó a Insurgentes y Periférico, me bajé de la camioneta, subí a Luisito a su silla, me dio la bendición y se fue.

Periférico e Insurgentes estaban llenos de corredores que se alistaban. Este año, en su 35ª edición, los organizadores esperaban la participación de más de 16,000 corredores, todo un récord para una de las carreras mas emblemáticas de la Ciudad de México y el segundo medio maratón mas añejo del país. La orquesta de la Marina amenizaba el calentamiento con la marcha de Zacatecas y un locutor nos decía que estábamos a media hora del pitazo de salida.

Luisito y yo nos contagiamos de ese espíritu y con el amanecer a nuestras espaldas, caminamos hasta el Hotel Royal.

La gente seguía llegando, los corredores calentaban… Me di cuenta que nuestra silla de ruedas parecía carrito de súper en quincena: plátanos, miel, pañales, mi chamarra, el desayuno de Luisito, mis lentes, mi Ipod (con una buena lista de reproducción incluida), agua con clorofila… mal no la íbamos a pasar.

7:00 en punto. Tomamos nuestro lugar, la banda toca el tema de Rocky. Todos los corredores cercanos me felicitan y le dan cariño y porras al campeón, nos tomamos la foto del recuerdo, una última embarrada de pasta de Lassar para las rozaduras. El locutor nos pide que nos unamos a su grito tres veces: ¡Gracias, Papá! ¡Gracias, Papá! ¡GRACIAS, PAPÁ!… El recuerdo de mi papá me invade, me llena, me da la certeza de que viene conmigo, como conmigo ha estado toda mi vida. ¡GRACIAS PAPÁ! … es oficial, estoy conmovido hasta las lágrimas (lo escribo y vuelvo a llorar).

 

  • Transpirar, respirar e inspirar

7:30 En sus marcas, listos… ¡Fuera! Me sentí como Forrest Gump: No pienses; corre, corre y corre. Esos 21km tenían que ser nuestros. Los primeros 3 o 4 km, sentí que Luisito y yo íbamos como bólidos, nos rebasaba todo el mundo: viejitos, gorditos y otras carreolas aerodinámicas, pero eso sí, todos los que nos pasaban nos felicitaban por estar ahí, nos miraban con respeto… y mi campeón lo sintió.

De acuerdo a mis propias expectativas, íbamos a llegar a los 7 km con buen paso, pero con algo de cansancio. De repente me di cuenta que no había puesto mi Ipod ni mi gran lista de reproducción… la verdad, ni falta me hizo, al contrario, pude saborear cada porra, cada “¡vamos papá!”.

De repente oí un “¡Luis!” y un “¡Papá!” a coro. A lo lejos, entre los espectadores, estaba mi familia, mi porra: Rosita, Cristi, María, Ena y mi mamá. No me lo esperaba, las hacía dormidas. Las veo a mi lado con playeras que Enita había mandado a hacer la noche anterior, decididas a acompañarme en mi paso. Ena no se me despegó desde ese momento. Ese ha sido el boost de energía mas fuerte que he recibido.

La emoción se volvió a apoderar de nosotros, Luisito inmediatamente reconoció la voz de su hermana María. Y como si nada, subimos por el puente del Tec de Monterrey y cruzamos la Glorieta de Vaqueritos. Era oficial, no pasaría por barbacoa con mis cuñados.

Llegamos a Cuemanco, de acuerdo a mis cálculos ya habíamos superado las expectativas y podíamos retirarnos dignamente. Un platanito, agua para el campeón. Mi hermana, que traía buen paso me ayudó con la silla de ruedas de Luisito, mi cirinea, como tantas veces.

De acuerdo a mis planes, tocaba caminar un rato, pero la adrenalina, el buen paso y mi hermana a lado, me motivaron a seguir un rato más antes de llegar a la temida subida. Nos volvimos a encontrar con María, Rosita mi mamá y Cristi que portaba un mega globo que marcaba “6km”, ella lo alzaba feliz, sabiendo que justo acababa de cumplir 6 años de haber llegado al mundo.

Vino el puente del Tec de Monterrey. Ena empujaba a Luisito y yo a Ena. En la bajada una familia nos recibía con dulces que tomé con la alegría del primer whisky de la semana. Llegamos a los 15km. Comenzaba a subir la temperatura y yo empapado como si hubiera salido del vapor, buscaba la sombra del segundo piso del periférico. Luisito se veía contento. En mi cabeza pasaba la frase de Rick Hoyt…. Su discapacidad nunca le impidió disfrutar el momento.

Pasamos Gran Sur, 18 km, estaba claro: la terminaríamos. Justo le decía a Ena lo contento que estaba cuando pasamos por una zona de abastecimiento de agua, un charcazo, sentí la humedad y … ¡Suelo! Mis dos piernas se acalambraron. Me dolía hasta el alma, pero más me dolía no acabar…¡estábamos tan cerca! ¿Cómo era posible?… En ese momento, me levanté y seguí. Mi apodo pasó de ser “Pies de Plomo Ríos” a “Estoico Ríos” (como me decían mis amigos antes de que naciera Luisito) Hoy estaba ahí, conmigo. Teníamos que acabar.

Gracias a Dios un par de buenos corredores samaritanos se me acercaron; cada uno me ayudó a estirar una pierna y minutos después, ya estábamos de pie, pero mi cansancio era demasiado. Entré a una ambulancia, me dieron un suero de glucosa que casi vomito con todo y la cochinita. Salí de la ambulancia. Ena me miraba y lo sabía, el campeón me esperaba y lo sabía: Perisur estaba a la vista.

“Es sólo una vuelta a Perisur un domingo en la mañana”, pensé. Creo que para estas alturas atrás de nosotros solo venían los camiones de limpieza. Del otro lado de periférico ya se había abierto la circulación, los coches pasaban y nos tocaban el claxon animándonos.

Llegamos a Perisur. ¡El último kilómetro!. Las medallas en los cuellos de los competidores que habían terminado me daban envidia. Estábamos en Zacatépetl, la meta a la vista.

Sonó mi celular y agarré fuerzas para poder contestar. Era mi ahijado preguntándome si la había acabado: ¡Estoy a punto Davidcito! La Iglesia de la Esperanza me decía ¡Sí se puede!. La gente en la tribuna me dio la mayor ovación que he recibido en mi vida. “¡Vamos papá, vamos campeón, ya lo hiciste! “… Y lo hicimos.

Cruzamos la meta. El cronómetro marcaba 3:47:28. Dos horas más que Saby Luna, el ganador de la carrera. en ese momento no me importó el tiempo… yo estaba feliz. Otra vez los calambres, otro platanito y camínale al bosque de Tlalpan. Me tengo que poner esa medalla y él tiene que ser testigo.

¡Es tuya, campeón!, es tuya, papá. Mi porra me espera, todavía tengo otras asignaturas pendientes….

¡Feliz día del Padre!.

CategoryExperiencias CBT
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